jueves, 9 de febrero de 2012

Gracias

Flecha Zen

Vengo y voy solo ante mi
guiándome por sombras
ya mi dolor como todos se fue
el cielo debe existir

En alguna parte sin miedo
yo siento luz ambarina
siempre fue el halo 
eterno del amor

Siglos desiertos bajo mis pies
los hombres del mal
los hombres del bien
que pueden ya ofrecer

No me espera un mundo de tumbas
sino un modo de viajar
y llegar así hasta tu umbral

Rituales y fobias
tanto hay que aprender
tu ya no me oyes
el sol se ha disuelto
y los hombres se borrarán

Entre las miserias y el ruido
tu amor conmigo vendrá
gotas grises de tu amor por mi

Búscame
pero búscame
búscame
por favor

Siglos desiertos
tragándome los pies
los hombres del mal
los hombres del bien
que pueden ya ofrecer

No me aguarda un mundo de tumbas
sino un modo de viajar
hasta ser así una flecha zen

Así una flecha zen...
Así una flecha zen...





Canción de Luis Alberto Spinetta perteneciente a Fuego Gris, 1993.

lunes, 17 de octubre de 2011

0.12

El pedazo de vidrio tajo y el cacho de sombrilla sombra


Como una montaña de cocos frescos esperando con ansias en la parte más oscura del depósito de la 
biblioteca nacional.
Serios problemas para dibujar un estertor, debo tomar otra tarjeta.
Como buscar un pedazo de vidrio tajo, como encontrar un cacho de sombrilla sombra.

Estoy muy alto, no le digas a nadie.

Vamos a ver,
las acrobacias de los muñequitos de plastilina, objetos inertes que tomaron vida el año pasado por las radiaciones solares ultramagnícas y la mezcla de sustancias inmorales, son increíbles.
Pero lo son más las telecomunicaciones.
Las batallas entre extraterrestres que vemos en el cielo por las mañanas son fascinantes.
Pero lo son más los Home Teatre.

Estoy aún más alto, no le digas a nadie.

Como el punto de fuga encerrado en una gran lata de sardinas.
Serios problemas para el joven artista, toma un abre latas.
Como dejar de escribir por que ya no quedan suficientes palabras.

Me caí, hace lo que quieras.

domingo, 9 de octubre de 2011

INTHELASTONE

14

Al despertarme me di cuenta que estaba vivo. Luego de una zambullida hacia la profunda oscuridad atemporal abrí los ojos como pude y, en un segundo, caí en la cuenta de que tenía vida, que me tenía que levantar de la cama e ir a almorzar con mi familia. Los siguientes dos segundos fueron los más dolorosos: la instantánea depresión  tras el recuerdo de una desafortunada circunstancia y sumémosle también la resaca, todavía sentía el gusto de la cerveza en mi boca y estaba seguro de que si produjera una chispa todo mi cuerpo se vería envuelto en llamas. Pensé que aquel recuerdo estaría presente durante semanas, meses. No podría soportarlo, me dije. Mientras me ataba los cordones una serie de rápidas reflexiones entraban y salían: “me tengo que olvidar, ella nunca fue tan importante para mí, si hizo eso fue por que esa chica nunca fue para mi… tengo que viajar donde sea, tal vez el otro fin de semana me vaya a la costa, tengo que conocer otra gente…también leer y escribir, lo que me gusta a mí…tendría que escribir sobre lo que pasó anoche pero sin mencionar el episodio específicamente, sino darle una vuelta… no, solo escribir lo que se me pasó por la cabeza cuando me desperté a la mañana siguiente y ese dolor del recuerdo… hablar sobre la melancolía, puedo mencionar que en una entrevista Fabián Casas dice que él se considera un ser melancólico y que a veces utiliza esa melancolía pero también trata de evadirla, por que sino terminaría siendo un masoquista… y, justamente, aclarar que me identifico con Casas… por qué no, también, contar las ganas que tenía de salir de mi casa una vez terminado el almuerzo, la necesidad de despejarme aunque sea viajando en colectivo, yendo al cine…y sí, acotar las reflexiones que tuve cuando me ataba los cordones por que sino el lector pensaría que soy un pelotudo por que tardo demasiado tiempo en tan simple emprendimiento…”.

martes, 20 de septiembre de 2011

Capítulo 42

Último escrito de Corrientes encontrado en los cajones de ese imposible escritorio que da a la ventana:

Andá

Tira todas las piedras antes de comenzar.
Un lugar y ella ahogada en densidades rojizas,
como en cualquier tarde del mundo.
Tarde ahora perceptible por el narrador.

Trata de alejarse de la tierra
Y se eleva, naturalmente.
Alcanza a atravesar una nube y se ríe.
El narrador no comprende la composición de las nubes.

Pretende ir más allá,
las estrellas siempre estuvieron presentes en sus sueños,
“¿Qué es un planeta?”
El sudor se deja ver en la frente del narrador.

Ahora no decide su rumbo, está varada en algún lugar.
El narrador no sabe si volverá,
“su siniestra coraza divagadora no le permite darse vuelta para mirarme,
su intrépido andar también le impide continuar”.

Él no deja de preguntarse.
Ella no deja de parpadear ante tanto esplendor.
Él no quiere desvanecerse.
Ella no deja de parpadear ante tanto esplendor.

Las piedras se hunden y habrá que buscarlas,
la tarde sigue siendo tarde
y acá nada es tan importante, narrador. Andá.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 30



El relato mas genial de todos



Y si no tenía nada que decir era por que esa música me impidió apenas pensar en el núcleo fundamental de mi discurso. La estructura, que un lunes al mediodía durante una caminata por Almagro supe construir a pesar de mis constantes distracciones[1], se había desmoronado. Una demolición a cargo de los tres cirujanos del silencio, así los llamé irónicamente. Tres maestro que hacían del silencio una lata oxidada repleta de clavos[2]. Era una caverna a cargos de esos muchachos que no paraban de ejecutar sus instrumentos con gran furor, el éxtasis de los tres se mezclaba con el escaso y enloquecido público debajo del improvisado escenario. “Esto es música”, escuché que comentaba una parejita de jóvenes anarquistas que tenía detrás, posiblemente futuros gerentes de banco. Yo opinaba todo lo contrario[3]. No sé qué es música y qué no, ¿está bien? Pero de seguro eso era otra cosa. Eh…[4]. Claro, era una fiesta con una bandita que tocaba para sus amigos. Me encontraba en esa situación por culpa de un amigo quien no quiero mencionar pero que sin duda merece todo mi repudio. Al parecer a éste amigo mío lo habían contratado para hacerle sonido a la banda. Ni bien ingresé fui directo a la consola, me llevé la sorpresa de que quién manejaba los controles era una ancianita de unos ochenta años, seguramente abuela de alguno de estos chicos. Me dijo que el sonidista había llamado hace un rato para decirle a la organizadora que no podía ir, que cancelaba por razones de fuerza mayor. Aquella última frase no la entendí, lo que sí tenía en claro es que había pagado diez pesos en la puerta para poder ingresar y que no quería desperdiciarlos, con lo cual me quede a tomar algo y escuchar al grupo[5].
Como bien decía, el sonido, a cargo de la pobre viejita, y la música, que los cirujanos hacían, eran un espanto…[6]. Aquello, entonces, me provocó una perdida de la memoria, una imposibilidad de conectar mis pensamientos. Estuve no más de cuarenta minutos, pero ese tiempo bastó para descerebrarme. Al llegar a mi casa no tuve mas remedio que tirarme en la cama y tratar de pensar algo para decir al otro día. Nada. Me había olvidado lo fundamental[7]. A la tarde asistí a la conferencia finalmente, no supe qué decir y ante una multitud, como no tenía palabras, me puse a bailar sin música. Simplemente me plante ante ellos y moví mi cuerpo al ritmo de mi imaginación. Mientras hacía eso pensé que al terminar todo el público se levantaría de sus butacas y empezaría a aplaudir moviendo con aprobación sus cabezas, algunos hasta llorando por mi conmovedora performance. Nada más lejos de la realidad. El primer disparo vino del fondo, la bala de una magnun rozó mis cabellos y qué sordo por unos minutos. Inmediatamente logré esquivar una gran cantidad de disparos que venía de distintos lugares, sin embargo, al bajar las escaleras del edificio una bala ingresó en mi cráneo y se quedó allí por unos meses. No sé…[8]


[1] Todo me distraía, en realidad los momentos de lucidez para componer aquel esqueleto argumental fueron pocos pero de gran importancia si tenemos en cuenta la temperatura del ambiente.
[2] “No, el silencio no existe”, dice levantando el profesor Eremito Jodarzo con el dedito índice levantado. “Ud. no se meta”, le respondo, “éste es mi relato”.
[3] “Pero, ¿qué es el sonido que para Ud. representa la música entonces?”, me pregunta el mismo, invadiendo la escena una vez  más. “Déjeme terminar, se lo ruego, en la salida lo conversamos”, le digo en plan de acabar con sus intervenciones.
[4] “Estaba en la fiesta o recital escuchando a la banda”, dice una chica, ubicada cerca de la puerta de salida, que no logro distinguir muy bien.
[5] Mi agudísimo oído me dice que más de tres personas bostezaron al mismo tiempo, el relato parece aburrirlos. Pero percibo algo más, mucho mas llamativo: al girar la cabeza veo que a mi lado se encuentra un hombre muy parecido a Jesucristo, más allá de que en éste momento está cargando una cruz enorme en sus hombros, sus rasgos son sorprendentemente similares al Mesías que se ve ilustrado en pinturas, en los libros, estampitas, películas, muñequitos, etc. Tomo un poco de agua y prosigo.
[6] “¿Qué es esto?” me digo, no puedo creerlo, trato de concentrarme una vez más pero parece imposible de sobrellevar esto: no solo está Cristo a mi lado, o alguien muy parecido a él, sino que ahora veo que alguien disfrazado de Spiderman se va acercando a mi izquierda. Tomo mas agua tratando de que con el líquido haga desaparecer a esos personajes de mi vista. Me pregunto si el resto de las personas pueden verlos.
[7] “Me parece que el hombre araña ese te quiere decir algo”, dice un chico ubicado cerca del profesor Jodarzo tras levantar la mano. Sí, pueden verlos, no hay dudas. Me volteo para ver qué quería decirme y éste me dice al oído: “Hola, no se que estoy haciendo acá, realmente. Lo único que te voy a decir es que soy Peter Parker. Pero ojo, no le digas a nadie. Además, yo tampoco le diré a nadie sobre tu identidad secreta, Bruno”. “Pero yo no soy…”, no alcanzo a decirle que no soy Batman cuando éste me da una palmada en la espalda y se aleja. Luego saluda con un apretón de manos a Jesús que ya que no da más del cansancio y se retira por la derecha del escenario. “Bueno… ya termino eh”, digo moviendo algunos papeles con la mano.
[8] “Perdón, pero no encuentro creíble ni importante su relato, es mas, creo a ver perdido tiempo valioso escuchando tanta estupidez” dice el profesor Jodarzo levantándose de su asiento y mirándome con los brazos cruzados y su cabeza inclinada como esperando algo de mí. “Puede que tenga razón, profesor, pero no me importa” le digo de manera desafiante. En ese momento,  éste hombre que cargaba la enorme cruz, deja caer ésta en el suelo provocando un ruido monumental y se dirige al público que en su mayoría permanece sentado y expectantes. Y dice Jesús: “No estoy de acuerdo, señor Jodarzo. Creo que es un magnifico relato y que Ud. le quita relevancia y desacredita solo por envidia a tan genial historia que, aunque inconclusa por su interrupción, no dejaré de aplaudir jamás”.

martes, 23 de agosto de 2011

ÓH



Escena 45                   
Exterior parrilla. Día.

Vemos el exterior de la parrilla. Escuchamos la voz de Silvia.

      Voz off de Silvia.  Nos despertamos cerca del mediodía y enseguida le dije a Gabriel que fuéramos a desayunar a la parrilla de la esquina. Quería sacarlo de mi casa a toda costa para evitar la intimidad de la mañana. Yo había tenido una mala noche, me despertaba a cada rato, y durante el poco tiempo que dormí tuve muchas pesadillas. Mientras desayunabamos le conté a Gabriel las que me acordaba. 


Escena 46
Interior parrilla. Día.

Silvia y Gabriel desayunan en el mostrador de una parrilla. Gabriel toma una taza de café con leche y dos medialunas de grasa. Silvia come una porción de tira de asado.

        Gabriel  Yo anoche también tuve una pesadilla. Soñé que me había puesto tus uñas postizas y cuando me despertaba se las estaba clavando a alguien en la yugular.
        Silvia  ¿A quién?
        Gabriel  No estaba claro, no vi bien.
        Silvia ¿Adónde queda la yugular?
        Gabriel No sé.
        Silvia  ¿Cómo no sabés? ¿No decís que lo soñaste?
        Gabriel  Debo haber soñado la palabra, no la imagen. Soy escritor.
        Silvia  Sí, sabía.
        Gabriel  Poemas.
        Silvia  Brite me había adelantado.
        Gabriel  Tengo un libro publicado.
        Silvia  ¿En una editorial importante?
        Gabriel  Poesía. Se debe conseguir todavía en alguna librería de usados.
        Silvia  Ahá.

Siguen comiendo.

(Fragmento del guión de Silvia Prieto, escrito por Martín Rejtman)

jueves, 11 de agosto de 2011

Cuentos sin corregir

2

Domingo Marítimo


El quinto mate que le cebé me lo devolvió con cara de asco, eso me dio a entender que los anteriores los había aceptado solo para demostrarme respeto. Seguí tomando solo, en silencio, haciendo alguna pausa, mientras el extraterrestre, sentado junto a mí en el cordón de la vereda, se rascaba una rodilla y miraba el cielo nublado tarareando vaya a saber qué cosa. La brisa otoñal de un domingo sin expectativas nos arrimaba hojas a los pies, algunas se acumulaban allí, otras seguían su rumbo para perderse más allá de la esquina. El poco transito hacía que en la cuadra se creara una sensación parecida a la intimidad que se puede encontrar de las puertas para adentro, solo que con mas lugar para lo imprevisto, para la aparición de algún reconocido personaje del barrio que al venir caminando te cruce, te salude, pregunte por tus cosas y luego te pida una moneda.  
El agua se enfrió, el extraterrestre seguía con los ojos puestos en las nubes, dejé el mate en el piso y tirando una magnifica indirecta le pregunté:

-          ¿Por qué no vas y te compras unas facturas?
-          No, no tengo plata.
-          Ah.
-          ¿Por qué no vas vos?
-          No tengo plata.
-          Ah.

Una cumbia reggaetonera se escuchaba a lo lejos. Cada vez más fuerte, la música se aproximaba a nosotros en auto. No podía tratarse de otra cosa, el auto musical pasará por ésta cuadra. Un vehículo al servicio del pueblo que circulaba por todo Barrio Marítimo emanando desde su interior innumerables canciones a un volumen ameno al oído de cualquier vecino. Nadie lo conducía, se movía por un sistema electrónico creado por uno de los grandes ingenieros de por acá. El mapa de la ruta que debía recorrer estaba configurado dentro de su memoria, así también su velocidad, predeterminada desde el comienzo en su primera salida a las calles marítimas. Por lo general transitaba durante los fines de semana y feriados puntuales, entre las cuatro de la tarde y las diez de la noche. Para los 9 de julio las canciones de Almafuerte se convirtieron en un clásico, aquellas melodía tomaron mas importancia, por lo menos para nosotros, los mas jóvenes, que la celebración independencia. Era el único día en el año donde se escuchaba, en todo el barrio, a la banda de metal; el resto de los días podían variar, desde tanto y merengue hasta música atonal.
El auto musical pasó por delante de nuestras caras lentamente. El extraterrestre, en un arranque de barderismo sideral, escupió al vehículo apuntando a una de las ventanillas traseras. Su disparo salival dio a una rueda. No tenía mucha apuntaría, de eso me dí cuenta enseguida. De tantos lugares en el mundo, el tipo tenía que caer en un centro de manzana donde casi es devorado por los salvajes perros marítimos, una raza de canes aun más temibles que cual hiena o lobo hambrientos. Si no fuera por que los ahuyenté con un sifón, aquella tarde esos animalitos habrían llenado sus estómagos con un banquete intergaláctico y, tal vez, habrían tomado como guarida los restos de la nave espacial. Ahora estaba acá, haciéndole compañía a su salvador. Luego de escupir se dirigió a mí con una suerte de sonrisa pícara, como sabiendo que había cometido un acto fuera de las reglas de una civilización humana, occidental, rigurosa y absurda, que ni él ni yo comprendíamos del todo. Y el auto se perdió cuando dobló al final de la calle llevándose consigo la excéntrica cumbia. Algunas hojas suicidas lo siguieron, queriendo ser pisadas y así lograr una muerte instantánea al ser aplastadas, pegadas con la ayuda de la humedad en el pavimento para no levantarse jamás, evitando así las laboriosas insistencias hechas por un súbdito viento que solo acata las rigurosas ordenes de la estación.
El tiempo pasaba, la tarde no alteraba su densidad. Un cuelgue había congelado mis pensamientos haciendo que mi mente se adormeciera y mi mirada se dirigiera a un poste de luz clavado en la cuadra de enfrente, el ensueño se interrumpió cuando oí un ruido rasposo en la vereda. Era el extraterrestre que estaba intentado dibujar con una piedra sobre las baldosas amarillas, el trazo intenso del inexperto artista iban de acá para allá, de a poco se iba formando la silueta de una mujer. Con minuciosidad completó los detalles de su rostro, nariz respingada, labios carnosos y ojos saltones; el cabello liso hechos con líneas suaves y rápidas dieron por finalizada la obra. El extraterrestre me la señaló y me dijo:

-          Así, ves. Bastante parecida me salió. La vine a buscar, no sé su nombre y menos su dirección. Capaz vos tengas alguna idea…
-          Qué sé yo, puede ser cualquier mina. Tenés que ser más específico. Además, ¿de donde la conoces?
-          El año pasado vine al planeta, para conocer. Estuve en varios lugares y terminé en Argentina. Era en Buenos Aires, justo en mi último día de viaje, donde me la crucé, no se bien dónde, ese es otro problema. Chocamos en la calle, a ella se le cayeron la carpeta con los papeles y yo se los levanté telequineticamente. Ella sonrió, me agradeció, “muchas gracias”, me dijo. “Todo bien, disculpáme igual, no te vi”, le dije medio tartamudeando. “No, es que vengo a mil, necesito parar de laburar un poco…”. Entonces le digo de tomar algo para que se relaje un poco, ella aceptó mi invitación y nos fuimos al bar mas cercano. Charlamos un buen rato y allí perdí noción del tiempo, en un momento alce la vista sobre su cabeza y vi que el reloj de pared del lugar indicaba las ocho de la noche, la última nave que se dirigía a mi planeta salía en veinte minutos. Así que la saludé rápido y me fui corriendo. Sí, no sé por qué no le pregunte su nombre, ni su mail o su teléfono, nada. Ahora vine a buscarla, le afané la nave a mi viejo y me mandé, se ve que todavía no controlo bien los comandos, tuve un desastroso aterrizaje como habrás visto… soy un boludo.  
-          No pasa nada, ya la vas a encontrar, no te preocupes.

Si había algo que no podía hacer por él era contenerlo o darle algún consejo, pensé. Pero al parecer aquellas palabras fueron de gran ayuda para este visitante enamorado. Tampoco pensé que un extraterrestre se podía enamorar de una terrícola. No estaba en mis planes ayudarlo cuando terminé de tranquilizarlo pero de a poco me invadieron las ganas, tal vez me enterneció su historia contada con ese tono melancólico.

-          Si querés quedáte a dormir en casa, no hay drama. Mañana vamos a capital y la buscamos, ¿dale?
-          Uh, seria genial. Gracias.

Se acercó el 603 dejando en la esquina a una señora mayor, el colectivo siguió su marcha después de un costoso arrancar oxidado. Dos chicas pasaron detrás de nosotros a pasos acelerados de impaciente adolescencia, riéndose de algo que no sabíamos. Un perro marítimo caminando por la vereda de enfrente, nos miró y se acostó al lado de un cesto de basura. Contemplé el cielo. Allí pude ver cómo una manada de aves se dirigían hacia el norte creando formas en pleno vuelo: primero una flecha, luego se dispersaron y en un segundo formaron un sartén para luego ilustrar la figura de un enorme libro en movimiento. Al parecer, la lluvia literaria estaba por comenzar, las nubes se juntaron dejándonos sin claridad posible. Aún permanecíamos en el cordón, observando las acciones que se producían en tierra y en aire, poco había que decir, salvo una cosa.

-          Che, entremos que está por llover. – le dije sacudiéndome el pantalón después de haberme levantado.

Lo ayudé con la mano, el extraterrestre se puso de pie y un libro le cayó en la cabeza. Lo levanté, era “Catedral” de Carver. Lo dejé en la calle, no había tiempo de agarrar el mate ni el termo, debíamos correr al techito de casa para poder zafar del diluvio que se venía. Tras tantear mis bolsillos me di cuenta que había dejado las llaves al lado del mate. Cuando quise largarme en busca de ella empezaron a caer mas libros, no quise correr el riesgo, me quede con la espalda pegada a la pared mirando el inicio de la lluvia literaria. El extraterrestre, en la misma posición que yo, intentaba mover la llave con su mente.

-          Está muy lejos, no puedo moverla.
-          ¿No podes? Está acá nomás, qué son, cuatro metros…
-          Mi poder no me permite moverla a tanta distancia, perdón.
-          Esta bien, dejá.

Esquilo, Bolaño, Dahl, Hesse, Borges, Casas, Kafka, Laiseca, Marechal, Voltaire, Dos Passos, Tolstoi, todos caían del cielo. El conurbano bonaerense, y más que nada la zona sureña del mismo, se caracterizaba por la gran cantidad de autores argentinos que llovían, esto no pasaba en la capital o en provincias como Chubut y La Pampa donde buena parte del diluvio lo integraba alemanes y japoneses. El retumbar de cada libro en el piso se hacía sentir, sobre todo cuando cayeron Los Sorias. Éste cayó muy cerca de nosotros, lo fui a buscar. El extraterrestre quiso frenarme pero no lo logró, estiré el brazo y, con cierta dificultad, logré tomarlo. Una vez con el libro sosteniéndolo con las dos manos lo tiré contra la ventana de mi casa. El plan no resultó, a pesar de la pesadez de la novela no pude ni si quiera quebrantar el vidrio. Nos quedamos viendo cómo los libros caían, algunos abierto justo en la mitad, otros completamente cerrado y dando con el dorso sobre algún otro, como queriendo golpear a una obra que la critica acusó de tener “poco valor literario”. Lo cierto es que en ese momento no importaba ninguna categoría que les otorgase relevancia artística por que cada uno de ellos eran lo mismo: una molestia. Irremediable para nosotros; sólo la naturaleza, en su momento, la haría sucumbir. Pero hubo tiempo para más, el diluvio duró más de cuarenta minutos, la calle quedó repleta de literatura. La municipalidad se encargaría de limpiar éste desastre mañana a primera hora, pensé mientras veía caer hojas sueltas que anunciaban una posible templanza. El extraterrestre tomó una al azar en el aire y se puso a leer en voz alta, levantando la vista cuando llegaba a los puntos seguidos para mirarme y asegurarse de que le estaba prestando atención:

-          “Así, a toda carrera, salimos de aquel sector. Y corriendo siempre atravesamos el de los silenciosos homofolias, que durante algunos minutos llovieron sobre nosotros como las hojas muertas de un árbol sacudido por otoñales vientos. El ansia de llegar a un espacio libre…”.

   Anocheció, pero todavía quedaba domingo por padecer. Las llaves de casa estaban inaccesibles, habría que zambullirse entre las pilas de libros para rescatarla; eso me deprimió, así que permanecí sentado con las piernas cruzadas junto al extraterrestre, que imitaba mi posición en el piso, esperando el lunes. Los árboles, ahora adornados sobre sus ramas por hojas que no les pertenecían, se balanceaban armoniosamente por un paciente viento que otorgaba un respirar cargado de aprensión.