viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo 21

Será sobre un nuevo amanecer…



Querido:

Considero perder el tiempo como un equivalente de madurez, volver a ser niño. Como tal, estaría habilitado a accionar como se me plazca, hacer esto sin temor a que pase aquello otro; simplemente, hacer. Haría y no me importaría nada más que aquello. Ojala alcance tan anhelado porvenir, por lo pronto trato de entretenerme; si bien la palabra clave a mi experimento es quemar.
Estoy en la búsqueda, Corrientes, estoy en la búsqueda.
Varias cosas fui dejando de lado en los últimos meses, sin dudas entre las más importantes se encuentra la religión. Se fue dios y llegó a mis manos una caja de fósforos. Como si desde el cielo, el propio dios, dejó que el fuego llegue a mis manos diciéndome: “no creas en mi”. Esta espectacular irreverencia me fue facilitada por la lectura de varios filósofos provocadores, mas bien de uno solo. Sí, ese. Aunque me terminó de convencer la teoría subyacente en el maestro Lorenzo[1]. Tropecé con su obra hace muy poco y creo que ninguna persona, al leer solo dos páginas de alguno de sus escritos, podría escapar de la seducción de tan pedregoso pensamiento contemporáneo. Deberías leerlo si todavía no lo has hecho.
Y hace nada que me revuelco en el pasto y escupo para arriba. Río y cada día escribo de manera mas rebuscada, espero llegar a un punto tal de que mis ensayos sean ilegibles, todos serán códigos, todos! Habrá que descifrarlos, amigo Corrientes. Tan tedioso trabajo puede llevarle a las generaciones futuras muchos años, muchos. La próxima te adjuntaré en el sobre un pedazo de mis pensamiento para que veas de lo que estoy hablando. Nadie entiende nada.
“Pretendo llegar a que mi vida no tenga sentido, por lo menos no tu sentido”, como decía Lorenzo. Ni el sentido del resto. Hoy trato de dejar de lado un pasado. Un pasado que tú seguramente crees, de una manera enfermizamente ingenua, inmortal. Yo lo creo confuso y estúpido. Creo que de tanto pensar en esto último, se me acaba de ocurrir ahora esto, utilice el fuego con la pretensión de quemar algo que ya estaba hecho, por el hombre o por la naturaleza, derretir aquello fabricado junto a su materia prima. Cómo para liberarme de lo creado y terminar de una vez por todas con el juicio de dios, diría Artaud. Yo no diría nada de eso, tal vez lo pensaría, sí, yo, si estuviera vivo el poeta, lo prendería fuego. Artaud, te quiero prender fuego el pelo. No, no lo hagas. Sí. Y el corazón creativo moriría riéndose de mí, riéndose de Uds.
Perdón…
Sólo quiero que sepas que estoy contento con mi nuevo rumbo, espero volver a encontrarte cuando vuelva a Airas en el verano. Por el momento te seguiré escribiendo, mandándote mis pensamientos próximos a publicar y, sí, junto a muchos frascos de dulce de lima, ese que tanto te gusta.


Con mucha tentación de quemar esta carta, te saluda

                                                                                                                                                       Córdoba



[1] Lorenzo de Iparucho, único e infatigable filosofo Airano. Se lo considera el máximo pensador Argentino después de haber editado su obra última: Los cabellos de Ángel. Clara alusión a los deleites gastronómicos en sus épocas de esplendor juvenil; así también alude con guiños a las figuras bíblicas (ángeles y demonios) y cae en prejuicios sobre toda santidad. Una lectura un tanto insípida daría lugar a pensar que ésta obra fue dedicada íntegramente  a Ángel(Smith), un señor con quien entabló su penúltimo amorío clandestino en la ciudad de Santiago, Chile.

jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 21


Será sobre un nuevo amanecer…



Querido:

Considero perder el tiempo como un equivalente de madurez, volver a ser niño. Como tal, estaría habilitado a accionar como se me plazca, hacer esto sin temor a que pase aquello otro; simplemente, hacer. Haría y no me importaría nada más que aquello. Ojala alcance tan anhelado porvenir, por lo pronto trato de entretenerme; si bien la palabra clave a mi experimento es quemar.
Estoy en la búsqueda, Corrientes, estoy en la búsqueda.
Varias cosas fui dejando de lado en los últimos meses, sin dudas entre las más importantes se encuentra la religión. Se fue dios y llegó a mis manos una caja de fósforos. Como si desde el cielo, el propio dios, dejó que el fuego llegue a mis manos diciéndome: “no creas en mi”. Esta espectacular irreverencia me fue facilitada por la lectura de varios filósofos provocadores, mas bien de uno solo. Sí, ese. Aunque me terminó de convencer la teoría subyacente en el maestro Lorenzo[1]. Tropecé con su obra hace muy poco y creo que ninguna persona, al leer solo dos páginas de alguno de sus escritos, podría escapar de la seducción de tan pedregoso pensamiento contemporáneo. Deberías leerlo si todavía no lo has hecho.
Y hace nada que me revuelco en el pasto y escupo para arriba. Río y cada día escribo de manera mas rebuscada, espero llegar a un punto tal de que mis ensayos sean ilegibles, todos serán códigos, todos! Habrá que descifrarlos, amigo Corrientes. Tan tedioso trabajo puede llevarle a las generaciones futuras muchos años, muchos. La próxima te adjuntaré en el sobre un pedazo de mis pensamiento para que veas de lo que estoy hablando. Nadie entiende nada.
“Pretendo llegar a que mi vida no tenga sentido, por lo menos no tu sentido”, como decía Lorenzo. Ni el sentido del resto. Hoy trato de dejar de lado un pasado. Un pasado que tú seguramente crees, de una manera enfermizamente ingenua, inmortal. Yo lo creo confuso y estúpido. Creo que de tanto pensar en esto último, se me acaba de ocurrir ahora esto, utilice el fuego con la pretensión de quemar algo que ya estaba hecho, por el hombre o por la naturaleza, derretir aquello fabricado junto a su materia prima. Cómo para liberarme de lo creado y terminar de una vez por todas con el juicio de dios, diría Artaud. Yo no diría nada de eso, tal vez lo pensaría, sí, yo, si estuviera vivo el poeta, lo prendería fuego. Artaud, te quiero prender fuego el pelo. No, no lo hagas. Sí. Y el corazón creativo moriría riéndose de mí, riéndose de Uds.
Perdón…
Sólo quiero que sepas que estoy contento con mi nuevo rumbo, espero volver a encontrarte cuando vuelva a Airas en el verano. Por el momento te seguiré escribiendo, mandándote mis pensamientos próximos a publicar y, sí, junto a muchos frascos de dulce de lima, ese que tanto te gusta.


Con mucha tentación de quemar esta carta, te saluda

Córdoba


[1] Lorenzo de Iparucho, único e infatigable filosofo Airano. Se lo considera el máximo pensador Argentino después de haber editado su obra última: Los cabellos de Ángel. Clara alusión a los deleites gastronómicos en sus épocas de esplendor juvenil; así también alude con guiños a las figuras bíblicas (ángeles y demonios) y cae en prejuicios sobre toda santidad. Una lectura un tanto insípida daría lugar a pensar que ésta obra fue dedicada íntegramente  a Ángel(Smith), un señor con quien entabló su penúltimo amorío clandestino en la ciudad de Santiago, Chile.

domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo 37 y 1/2

Un segundo

Cuando la suela de la zapatilla deportiva perteneciente al pié izquierdo de Corrientes tocó el décimo tercer limite entre baldosa y baldosa desde la salida de su casa, a quince cuadras de distancia, el monstruo, sentado en el banco de La Gran Plaza, después de haber visto la hora que le daba su reloj importado de Grecia, levantó la cabeza y vio a Verónica. Llevaba puesto un vestido floreado, con tonos rojizos anaranjados, que él alguna vez le había regalado para su cumpleaños y que le había costado tanto dinero que para pagarlo tuvo que empeñar una radio antiquísima perteneciente a su abuelo Victimio, éste había traído desde Alemania doscientas de estas radios con el propósito de vendérselas a un amigo suyo, el armenio Cocum, que era dueño de una tienda de artefactos electrónicos que quedaba muy cerca de la que fue la casa mas grande toda Airas; un jardín muy bien cuidado se encontraba en la entrada de ésta, al estilo de los suburbios americanos, la casa estaba pintada de un azul intenso, color que se cree que fue sugerido por el hermano del propietario de la casa, Francisco Hondurino, uno de los artistas mas reconocidos de toda España y que, precisamente, se encontraba de visitas en Airas, paso a ver ese gran palacio construido por su hermano y tras escuchar a éste debatir con su mujer en la cocina el color con que debían pintarla, sacó de su bolsillo unas cuarenta temperas de diferentes colores, las desparramó en la mesa, seleccionó no muy minuciosamente algunas (hacía todo esto con los ojos cerrados), las abrió y volcó sobre el mármol el contenido de éstas con el fin de dar, azarosamente o por voluntad de todos los espíritus o de dios o de los astros y los planetas o del propio magnetismo, con un color indicado para que aquellas paredes externas de la nueva y majestuosa propiedad sean pintadas; el día en que había quedado pintada por completo todos los vecinos salieron de sus casa y se quedaron durante horas contemplando aquella magnifica obra de arte. Horco, hermano de Victimio, pudo sacar una foto, utilizando una maquina Mokad 215D  importada de Francia,  lo último de lo último, dejando para siempre el retrato exacto del suceso; hoy la instantánea, intacta, se puede encontrar en el Museo de Historia, Literatura y Gastronomía que se encuentra a poco pasos de La Gran Plaza, lugar donde el monstruo, después de la sorpresa que le causó la vuelta de la que había sido su novia, empezaría a morir de a poco, y donde, a dieciséis cuadras de allí, Corrientes, después de aquel paso daría otro y otro hasta llegar a los brazos de Verónica.

miércoles, 1 de junio de 2011

Capítulo 1



Airas


Entre espadas, sangre y caballos la ciudad de Airas logró su autonomía. Esto solo podría pensarlo un ingenuo. O más bien, un ignorante. Es aquí donde nace en mí un espíritu historiador y me veo en la obligación de informarles sobre el origen, un tanto increíble, de esta ciudad semi-autónoma. Temo que éste sea un capítulo que, tranquilamente, Uds. pasarían por alto; así que decidí que sea el primero.
Airas fue vomitada por Buenos Aires, era parte de ella y desde hace mas de ciento veinte años esta tierra desterrada forma parte, junto a otras ciudades (Terneras, Comet, Isuros, etc), de una suerte de camino transitorio hacia algo real como es la Capital Federal, Quilmes, La Plata, Mar del Plata, etc. Ramón Airas, el adinerado pastor, fundador de la ciudad una vez desechada sin identidad, se adueño de estas tierras y junto a algunos amigos provenientes de Córdoba y Corrientes levantaron esta pequeña metrópolis para convertirla en una pequeña metrópolis habitable, a pesar de las dificultades que ésta proponía en un principio:

Y la ciudad díjole a Ramón Airas: “Todavía tengo este ingrato olor a ácidos estomacales propio de Buenos Aires, ¿dónde me llevaras? ¿Cómo me moldearás? ¿Quiénes vendrán? Grandes esperanzas son las que el pequeño pueblo deposita en ti, grandes labores para lograr hacerlas realidad te llevarán toda la vida. Debo decirte que te costará repoblar este lugar de paso, donde nadie quiere beber ni comer por aquí. Oh, gran Ramón, ¿Cómo harás para darme vitalidad? ¿Cómo harás que los caballos y las mujeres caminen por mí? ¿De donde sacaras tus fuerzas?”.

Y Ramón Airas, con una mano en el bolsillo de su pantalón y la otra rascando su cabeza, contestóle: “No tengo idea”.[1]

Las ideas llegaron, no de su cabeza, sin duda, sino de las de sus amigos provincianos. El nombre de la ciudad en realidad debería llamarse, y con mucho orgullo, Ernesto Gemarón, Termulo García, Vicente Panerolli, Silvio Maseta, Tamilio Pérez, Horacio Nervin, José Ninguno, y el nombre se extendería a más de mil nombres y apellidos. Si hay algo que ésta ciudad irreal haría, siendo sincera y transparente, sería corregir su nombre y, si bien la idea de tantos nombres y apellidos resultaría detestable y trabajoso (“disculpe, ¿este colectivo me lleva a ErnestoGemarónTermuloGarcíaVicente…?), darle otra identidad.
Muchos inmigrantes llegaron al puerto de Buenos Aires en los años veinte y se instalaron por allí cerca, algunos, también, se quedaron por Airas. Italianos, españoles y franceses arribaron, en gran número, a este país. Algunos portugueses, alemanes e ingleses. Pocos holandeses. Sin embargo, estos últimos, en su mayoría, eligieron estas tierras desterradas. Correntinos, cordobeses, porteños, quilmeños, españoles, italianos habitaron, en un principio, éste lugar; los pocos holandeses completaron la lista. Y de allí en más la hibridación hizo que hoy existan el monstruo, Corrientes, Córdoba, Laura y Verónica.
No es un lugar de grandes dimensiones geográficas, más bien es una pequeña metrópolis, como bien dije con anterioridad. Hoy en día cuenta con algunas plazoletas, La Gran Plaza, siete escuelas, dos universidades, una cancha de futbol, treinta y cuatro kioscos abiertos las veinticuatro horas, seis bares, tres boliches, varios comercios de ropa, un Shopping, supermercados, mercaditos, cuarenta y dos edificios, mil novecientas casas con terreno, un centro cultural hermoso, tres líneas de colectivo que andan solo dentro del radio de la ciudad y miles que pasan por aquí para ir hacia los lugares reales[2].
Es en este lugar donde, a pesar de tan breve descripción (mas adelante habrá detalles sobre la mitología del lugar y algunos de sus recovecos), donde nuestros personajes vivirán situaciones increíbles y no tanto. Sí. Repito: no tanto.


[1] Eudíco Gonzáles. Travieso tiempo, travieso lugar. En Airas y las palabras de la incertidumbre, Ed. Noriguetti Aliado, Buenos Aires, 1947.
[2] A sabiendas de la extrema curiosidad de mis lectores quiero sugerirles que en una obra aparte se encontrarán más detallados los origines, la construcción y la mitología de esta autentica ciudad ilegítima.