martes, 20 de septiembre de 2011

Capítulo 42

Último escrito de Corrientes encontrado en los cajones de ese imposible escritorio que da a la ventana:

Andá

Tira todas las piedras antes de comenzar.
Un lugar y ella ahogada en densidades rojizas,
como en cualquier tarde del mundo.
Tarde ahora perceptible por el narrador.

Trata de alejarse de la tierra
Y se eleva, naturalmente.
Alcanza a atravesar una nube y se ríe.
El narrador no comprende la composición de las nubes.

Pretende ir más allá,
las estrellas siempre estuvieron presentes en sus sueños,
“¿Qué es un planeta?”
El sudor se deja ver en la frente del narrador.

Ahora no decide su rumbo, está varada en algún lugar.
El narrador no sabe si volverá,
“su siniestra coraza divagadora no le permite darse vuelta para mirarme,
su intrépido andar también le impide continuar”.

Él no deja de preguntarse.
Ella no deja de parpadear ante tanto esplendor.
Él no quiere desvanecerse.
Ella no deja de parpadear ante tanto esplendor.

Las piedras se hunden y habrá que buscarlas,
la tarde sigue siendo tarde
y acá nada es tan importante, narrador. Andá.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 30



El relato mas genial de todos



Y si no tenía nada que decir era por que esa música me impidió apenas pensar en el núcleo fundamental de mi discurso. La estructura, que un lunes al mediodía durante una caminata por Almagro supe construir a pesar de mis constantes distracciones[1], se había desmoronado. Una demolición a cargo de los tres cirujanos del silencio, así los llamé irónicamente. Tres maestro que hacían del silencio una lata oxidada repleta de clavos[2]. Era una caverna a cargos de esos muchachos que no paraban de ejecutar sus instrumentos con gran furor, el éxtasis de los tres se mezclaba con el escaso y enloquecido público debajo del improvisado escenario. “Esto es música”, escuché que comentaba una parejita de jóvenes anarquistas que tenía detrás, posiblemente futuros gerentes de banco. Yo opinaba todo lo contrario[3]. No sé qué es música y qué no, ¿está bien? Pero de seguro eso era otra cosa. Eh…[4]. Claro, era una fiesta con una bandita que tocaba para sus amigos. Me encontraba en esa situación por culpa de un amigo quien no quiero mencionar pero que sin duda merece todo mi repudio. Al parecer a éste amigo mío lo habían contratado para hacerle sonido a la banda. Ni bien ingresé fui directo a la consola, me llevé la sorpresa de que quién manejaba los controles era una ancianita de unos ochenta años, seguramente abuela de alguno de estos chicos. Me dijo que el sonidista había llamado hace un rato para decirle a la organizadora que no podía ir, que cancelaba por razones de fuerza mayor. Aquella última frase no la entendí, lo que sí tenía en claro es que había pagado diez pesos en la puerta para poder ingresar y que no quería desperdiciarlos, con lo cual me quede a tomar algo y escuchar al grupo[5].
Como bien decía, el sonido, a cargo de la pobre viejita, y la música, que los cirujanos hacían, eran un espanto…[6]. Aquello, entonces, me provocó una perdida de la memoria, una imposibilidad de conectar mis pensamientos. Estuve no más de cuarenta minutos, pero ese tiempo bastó para descerebrarme. Al llegar a mi casa no tuve mas remedio que tirarme en la cama y tratar de pensar algo para decir al otro día. Nada. Me había olvidado lo fundamental[7]. A la tarde asistí a la conferencia finalmente, no supe qué decir y ante una multitud, como no tenía palabras, me puse a bailar sin música. Simplemente me plante ante ellos y moví mi cuerpo al ritmo de mi imaginación. Mientras hacía eso pensé que al terminar todo el público se levantaría de sus butacas y empezaría a aplaudir moviendo con aprobación sus cabezas, algunos hasta llorando por mi conmovedora performance. Nada más lejos de la realidad. El primer disparo vino del fondo, la bala de una magnun rozó mis cabellos y qué sordo por unos minutos. Inmediatamente logré esquivar una gran cantidad de disparos que venía de distintos lugares, sin embargo, al bajar las escaleras del edificio una bala ingresó en mi cráneo y se quedó allí por unos meses. No sé…[8]


[1] Todo me distraía, en realidad los momentos de lucidez para componer aquel esqueleto argumental fueron pocos pero de gran importancia si tenemos en cuenta la temperatura del ambiente.
[2] “No, el silencio no existe”, dice levantando el profesor Eremito Jodarzo con el dedito índice levantado. “Ud. no se meta”, le respondo, “éste es mi relato”.
[3] “Pero, ¿qué es el sonido que para Ud. representa la música entonces?”, me pregunta el mismo, invadiendo la escena una vez  más. “Déjeme terminar, se lo ruego, en la salida lo conversamos”, le digo en plan de acabar con sus intervenciones.
[4] “Estaba en la fiesta o recital escuchando a la banda”, dice una chica, ubicada cerca de la puerta de salida, que no logro distinguir muy bien.
[5] Mi agudísimo oído me dice que más de tres personas bostezaron al mismo tiempo, el relato parece aburrirlos. Pero percibo algo más, mucho mas llamativo: al girar la cabeza veo que a mi lado se encuentra un hombre muy parecido a Jesucristo, más allá de que en éste momento está cargando una cruz enorme en sus hombros, sus rasgos son sorprendentemente similares al Mesías que se ve ilustrado en pinturas, en los libros, estampitas, películas, muñequitos, etc. Tomo un poco de agua y prosigo.
[6] “¿Qué es esto?” me digo, no puedo creerlo, trato de concentrarme una vez más pero parece imposible de sobrellevar esto: no solo está Cristo a mi lado, o alguien muy parecido a él, sino que ahora veo que alguien disfrazado de Spiderman se va acercando a mi izquierda. Tomo mas agua tratando de que con el líquido haga desaparecer a esos personajes de mi vista. Me pregunto si el resto de las personas pueden verlos.
[7] “Me parece que el hombre araña ese te quiere decir algo”, dice un chico ubicado cerca del profesor Jodarzo tras levantar la mano. Sí, pueden verlos, no hay dudas. Me volteo para ver qué quería decirme y éste me dice al oído: “Hola, no se que estoy haciendo acá, realmente. Lo único que te voy a decir es que soy Peter Parker. Pero ojo, no le digas a nadie. Además, yo tampoco le diré a nadie sobre tu identidad secreta, Bruno”. “Pero yo no soy…”, no alcanzo a decirle que no soy Batman cuando éste me da una palmada en la espalda y se aleja. Luego saluda con un apretón de manos a Jesús que ya que no da más del cansancio y se retira por la derecha del escenario. “Bueno… ya termino eh”, digo moviendo algunos papeles con la mano.
[8] “Perdón, pero no encuentro creíble ni importante su relato, es mas, creo a ver perdido tiempo valioso escuchando tanta estupidez” dice el profesor Jodarzo levantándose de su asiento y mirándome con los brazos cruzados y su cabeza inclinada como esperando algo de mí. “Puede que tenga razón, profesor, pero no me importa” le digo de manera desafiante. En ese momento,  éste hombre que cargaba la enorme cruz, deja caer ésta en el suelo provocando un ruido monumental y se dirige al público que en su mayoría permanece sentado y expectantes. Y dice Jesús: “No estoy de acuerdo, señor Jodarzo. Creo que es un magnifico relato y que Ud. le quita relevancia y desacredita solo por envidia a tan genial historia que, aunque inconclusa por su interrupción, no dejaré de aplaudir jamás”.