jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 21


Será sobre un nuevo amanecer…



Querido:

Considero perder el tiempo como un equivalente de madurez, volver a ser niño. Como tal, estaría habilitado a accionar como se me plazca, hacer esto sin temor a que pase aquello otro; simplemente, hacer. Haría y no me importaría nada más que aquello. Ojala alcance tan anhelado porvenir, por lo pronto trato de entretenerme; si bien la palabra clave a mi experimento es quemar.
Estoy en la búsqueda, Corrientes, estoy en la búsqueda.
Varias cosas fui dejando de lado en los últimos meses, sin dudas entre las más importantes se encuentra la religión. Se fue dios y llegó a mis manos una caja de fósforos. Como si desde el cielo, el propio dios, dejó que el fuego llegue a mis manos diciéndome: “no creas en mi”. Esta espectacular irreverencia me fue facilitada por la lectura de varios filósofos provocadores, mas bien de uno solo. Sí, ese. Aunque me terminó de convencer la teoría subyacente en el maestro Lorenzo[1]. Tropecé con su obra hace muy poco y creo que ninguna persona, al leer solo dos páginas de alguno de sus escritos, podría escapar de la seducción de tan pedregoso pensamiento contemporáneo. Deberías leerlo si todavía no lo has hecho.
Y hace nada que me revuelco en el pasto y escupo para arriba. Río y cada día escribo de manera mas rebuscada, espero llegar a un punto tal de que mis ensayos sean ilegibles, todos serán códigos, todos! Habrá que descifrarlos, amigo Corrientes. Tan tedioso trabajo puede llevarle a las generaciones futuras muchos años, muchos. La próxima te adjuntaré en el sobre un pedazo de mis pensamiento para que veas de lo que estoy hablando. Nadie entiende nada.
“Pretendo llegar a que mi vida no tenga sentido, por lo menos no tu sentido”, como decía Lorenzo. Ni el sentido del resto. Hoy trato de dejar de lado un pasado. Un pasado que tú seguramente crees, de una manera enfermizamente ingenua, inmortal. Yo lo creo confuso y estúpido. Creo que de tanto pensar en esto último, se me acaba de ocurrir ahora esto, utilice el fuego con la pretensión de quemar algo que ya estaba hecho, por el hombre o por la naturaleza, derretir aquello fabricado junto a su materia prima. Cómo para liberarme de lo creado y terminar de una vez por todas con el juicio de dios, diría Artaud. Yo no diría nada de eso, tal vez lo pensaría, sí, yo, si estuviera vivo el poeta, lo prendería fuego. Artaud, te quiero prender fuego el pelo. No, no lo hagas. Sí. Y el corazón creativo moriría riéndose de mí, riéndose de Uds.
Perdón…
Sólo quiero que sepas que estoy contento con mi nuevo rumbo, espero volver a encontrarte cuando vuelva a Airas en el verano. Por el momento te seguiré escribiendo, mandándote mis pensamientos próximos a publicar y, sí, junto a muchos frascos de dulce de lima, ese que tanto te gusta.


Con mucha tentación de quemar esta carta, te saluda

Córdoba


[1] Lorenzo de Iparucho, único e infatigable filosofo Airano. Se lo considera el máximo pensador Argentino después de haber editado su obra última: Los cabellos de Ángel. Clara alusión a los deleites gastronómicos en sus épocas de esplendor juvenil; así también alude con guiños a las figuras bíblicas (ángeles y demonios) y cae en prejuicios sobre toda santidad. Una lectura un tanto insípida daría lugar a pensar que ésta obra fue dedicada íntegramente  a Ángel(Smith), un señor con quien entabló su penúltimo amorío clandestino en la ciudad de Santiago, Chile.

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