martes, 17 de mayo de 2011

Capítulo 1000 (post epílogo, experimento sangriento)

Quizás a la mañana podrá soportar, quizás a la tarde


A vos, a tus cafés y a las madrugadas

 
“-Mirá qué lección de estilo-dijo Andrés riéndose sin ganas- no digo que en tiempos del viejo la gente se arrodillara al oír esta música, y pienso que a nuestro parecer todo tiempo pasado no debería ser mejor. Pero lo que buscamos entender por estilo, eso, esa cosa ubicua, esa afinación perfecta en un violín cuyas cuerdas suenan y deben sonar diferentes, eso no existe más, y solamente nos queda un baúl lleno de cosas mezcladas, y es hora de vestirse y salir para la fiesta”
                                                                              
 Julio Cortazar

“-Nómbreme, por ejemplo, dos cosas que nada tengan que ver entre sí, y asócielas mediante  un vínculo que sabemos imposible en la realidad. De primera intención, en esos dos nombres la inteligencia ve dos formas reales, bien conocidas por ella. Luego viene su asombro al verlas asociadas por un vínculo que no tienen en el mundo real. Pero la inteligencia no es un mero cambalache de formas aprehendidas, sino un laboratorio que las trabaja, las relaciona entre sí, las libra en cierto modo de la limitación en que viven y les restituye una sombra, siquiera, de la unidad que tienen en el Intelecto Divino. Por eso la inteligencia, después de admitir que la relación establecida entre las dos cosas es absurda en el sentido literal, no tarda en hallarle alguna razón o correspondencia en el sentido alegórico, simbólico, moral, anagógico…”

Leopoldo Marechal


Corría por la peatonal, la oscuridad la desorientaba a cada paso, llovía barro. Las uñas de las manos se le caían a medida que aumentaba la velocidad, miraba el cielo plagado de naves sin color de vez en vez, buscando contención a medida que el pánico la colmaba, y lloraba. Sabía que si contenía la respiración unos segundos más el corazón no caería de su pecho, sabia que si llegaba él la esperaría y ella tendría barro hasta en las pupilas, sabía que estos acontecimientos tardarían en borrarse de su compleja memoria de carpa, sabía que si el ardor de sus pies se convirtiera en satisfacción y su cuerpo en realidad, la luna dejaría pasar al sol y ya ningún castor gigante la perseguiría jamás.

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