miércoles, 18 de mayo de 2011

Capítulo 6

Los Capos


Los capos son dos: Corrientes y Córdoba.
Córdoba camina por la vereda pateando una abollada lata de duraznos en almíbar que dos cuadras atrás había perdido su etiqueta, y que cerca de la parada de colectivos será fulminada en dirección a la avenida dando por terminado el recorrido.
Corrientes mientra baja por la parte trasera del colectivo levanta la mano para saludar a Córdoba que amablemente fue a buscarlo. Qué hace, se dicen y se responden con un todo bien. Caminan con las cabezas bajas dialogando acerca del negocio: hace muchos días que viene abarajando la posibilidad de poner un almacén ahí, en esa esquina. Te parece, dice Corrientes, y si, contesta Córdoba, tené en cuenta que ahora esos minimercados están fundiendo de a poco y es esta nuestra oportunidad para renacer y obtener un poco del respeto que teníamos en esta pequeña ciudad cuando atendíamos el videoclub. Es cierto, dice Corrientes moviendo la cabeza mostrando cierta duda al respecto, pero vos sabes que ya no es como antes, acá las cosas están complicadas. Puede ser, dice Córdoba, pero entendé que es una oportunidad, vos tenes la plata, yo también, hagamos algo, no sé… mirá, entremos al bar y nos tomamos algo mientras vemos que hacemos.
Se sientan y piden dos cafés con leche con medialunas. Córdoba mira a su alrededor como para ver si había algún conocido, solo puede ver que a su derecha está el monstruo leyendo un libro, levanta la mano para saludarlo pero éste no levanta la cabeza, sigue sumergido en las profundidades del océano Índico. Corrientes, le dice Cordoba, aquel que está allá con boina quién es. Ni idea, le responde Corrientes, parece un actor conocido, qué hará acá, seguro se perdió, andá a saludarlo. No, dice Córdoba, ni sé quien es. Yo voy, dice Corrientes, me agarró curiosidad, le pido un autógrafo por las dudas, si me dice que no ya fue, qué problema hay.
Se dirige para hablarle a ese desconocido, se le planta y le pregunta si podíra darle un autógrafo. El tipo accede, sin entender y con un poco de susto, y firma una servilleta arrugada que Corrientes saca del bolsillo. Le pregunta qué hace por acá. Él le responde que viene de visitar a un amigo que no ve hace mucho tiempo, que Airas le parece una linda ciudad y que no entiende lo de esos extraños pasamanos en la plaza de en frente. Corrientes le dice que él tampoco pero que sin embargo le daban un toque original. Y sin darse cuenta terminan hablando de las plazas de Buenos Aires y de lo feas que están, ambos aplauden las magnificas palmeras que hay en las paradas de colectivo en Airas y de su hermoso centro cultural. La charla se empieza a deformar por las ocurrencias de éste señor de boina y los chistes de Corrientes, ahora parecen dos amigos de toda la vida. Las risas llegan a la mesa de Córdoba que ya se siente aburrido e impaciente por la tardanza de éste; no se atreve a meterse en la conversación, mira por la ventana que pasa el camión de la basura, que pasa un auto rojo cuya marca y modelo no puede descifrar y un señor que camina apurado tomando a su hija de la mano, casi arrastrándola. Piensa, entonces, que las cosas en Airas no estaban para poner un almacén, las grandes cadenas de videoclubes habían hecho de ellos unos pobres miserables y lo mismo ocurriría con esta nueva incursión. Y las hojas seguirán cayendo y las personas seguirán moviéndose, y una nueva excusa para salir con la ex novia del monstruo se le estará por ocurrir antes de que Corrientes vuelva a sentarse en la mesa para tomar su café con leche ya tibio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario