lunes, 16 de mayo de 2011

Capítulo 40

Ahora, un mal momento junto a Omar


Los cuerpos, encadenados, siguen marchando y ni siquiera quieren girar sus cabezas para ver, así, su barrio ardiendo en las llamas que minutos antes, con sus antorchas, los guerreros habían iniciado.
Omar, arriba del árbol, medio escondido, es espectador del gran desastre. Puede ver que su casa ya ha sido reducidas a unas pocas cenizas, con dificultad puede divisar el kiosco y la escuela que también forman parte de la destrucción. Algunas casas y no más de uno o dos autos quedan casi intactos.
Saca un cigarrillo y, tratando de hacerlo de la manera más silenciosa posible, lo enciende. El ruido del chasquido llega a los oídos del guerrero Norberto, que se encuentrabastante cerca y que ahora, con la cabeza en alto y su espada en mano, se dirige al árbol donde se esconde Omar. Éste, con el cigarrillo en la boca, cierra los ojos como queriendo teletransportarse a cualquier otro lugar. El guerrero le grita algo así como “eh, bajá de ahí”. Abre los ojos y lo ve que esta encendiendo una antorcha y tratando de quemar las hojas del árbol con la misma. Sin saber para donde salir disparado, Omar se queda inmóvil. Las llamas cada vez consumen con mayor velocidad sus partes, las ramas están por encenderse. Por la manera en que esta transpirando, Omar puede apagar el fuego con las gotas que salen por todo su cuerpo, pero antes de pensar en ello salta del árbol y cae con los pies al pasto, rompiéndose, de este modo, su pierna izquierda. Rengueando, y sin gritar “ayuda” por que sabe que lo podrán escuchar lo demás guerreros, corre hacia una cabina de teléfonos que por suerte encuentra sana y salva. Intenta marcar el número de uno de sus amigos que vive en la capital. Se equivoca, marca nuevamente. Se da cuenta que no puso la moneda, vulve a introducirla. Mientras marca, el guerrero se aproxima lentamente con su espada en alto, con el fin de cortar la cabeza sin demasiados preámbulos. Logra comunicarse.

Carlos, sos vos, escucha, me están por matar.
Qué…
Si, tengo un guerrero acá atrás mío y me la está por dar.
¿Un guerrero?
Si, boludo.
¿Es rubio?
No se, qué importa… si, es rubio ahora que lo veo bien.
¿Es más bien gordito?
Carlos, escuchame… si, es gordito, ¿por qué?
Por que puede que sea mi primo Areno, se unió a la legión exterminadora hace unos meses. Gritale “Areno” a ver que pasa, si es mi primo decile que estas hablando conmigo. ¿Te acordas mi apellido? Carlos Minervo, decile. Tu primo Carlos Minervo, que sos amigo mio, que cursamos juntos la secundaria. ¿Omar? Dale, boludo.

El teléfono cuelga mientras la cabeza de Omar rueda con gran rapidez, producto de la fuerza impulsora del corte, y llega a la avenida principal del barrio. Como ésta se encuentra en bajada, la cabeza rueda con mayor velocidad, pasa por la escuela, la plaza, la iglesia, todo era fuego, hasta llega a cruzar las vías. Sigue rodando, como si fuera una pelota de fútbol, el rostro ya no tiene nariz gracias a la deformación que provocan los reiterados golpes contra el pavimento, las orejas empiezan a desprenderse. Sus labios ocupan menos lugar en su boca y los únicos que parecen salvarse son sus ojos, sus horrendos ojos, con los que verá, si es que puede, el paisaje de un interminable viaje.

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